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¿Sabes por qué Babykeeper
es el colchón más seguro del mundo?

En 2010, el amor de un padre por su hijo escribió la
primera línea de esta historia.

Por entonces, los bebés dormían sobre frías
colchonetas plásticas, esas que regalaban al comprar
una cuna. Eran duras, cerradas al aire, peligrosas… pero
nadie parecía notarlo.

Hasta que un padre sí lo notó.

Ese padre siempre había sentido una obsesión por el
descanso. Sabía que dormir no era solo cerrar los ojos:
era limpiar el cerebro, regenerar el cuerpo, prepararse
para vivir. Y cuando llegaron sus dos hijos primero su
hija y posteriormente su hijo, esa obsesión se volvió
urgente.

Investigó. Leyó. Invirtió. Pero una día, el miedo golpeó su
puerta: su bebé de 20 meses, Vicente, ardía en fiebre
mientras dormía. Él no lo supo hasta que casi era tarde.

Ese día, entre lágrimas y susurros de «nunca más»,
tomó una decisión: Crearía el colchón más seguro del
mundo.
No uno cualquiera. Uno que:

• Dejara pasar el aire como si fueran las manos de un
ángel, para que su hijo respirara incluso boca abajo.

• Transpirara como la piel de una madre, expulsando
el calor y el CO2 que ahogan en silencio.

• Moldeara sin deformar, protegiendo esa cabecita
tan frágil, aunque el bebé no se moviera en horas.

• Defendiera como un escudo: contra ácaros,
bacterias, alergias… y hasta se auto-limpiara con la
luz del sol.

• Hablara sin palabras, cambiando de color si la fiebre
subía, para que ningún padre viviera su terror. Y lo logró.

Ese amor lo llevó a liderar el mayor proyecto europeo
de investigación sobre muerte súbita (Baby Care Sleep)
y a crear el colchón de cuna más seguro jamás
fabricado.

Hoy, 11 años después, ese niño —Vicente— está sano y
feliz. Y Juega muy bien a baloncesto.

Y su padre, Vicente Barberá (que soy yo), sigue
trabajando cada noche para que ningún bebé corra
peligro… y ningún padre tenga que contener la
respiración al mirar a su hijo dormir.

En 2010, el amor de un padre por su hijo escribió la primera línea de esta historia.

Por entonces, los bebés dormían sobre frías colchonetas plásticas, esas que regalaban al comprar una cuna. Eran duras, cerradas al aire, peligrosas… pero nadie parecía notarlo.

Hasta que un padre sí lo notó.

Ese padre siempre había sentido una obsesión por el descanso. Sabía que dormir no era solo cerrar los ojos: era limpiar el cerebro, regenerar el cuerpo, prepararse para vivir. Y cuando llegaron sus dos hijos primero su hija y posteriormente su hijo, esa obsesión se volvió urgente.

Investigó. Leyó. Invirtió. Pero una día, el miedo golpeó su puerta: su bebé de 20 meses, Vicente, ardía en fiebre mientras dormía. Él no lo supo hasta que casi era tarde.

Ese día, entre lágrimas y susurros de «nunca más», tomó una decisión: Crearía el colchón más seguro del mundo.

No uno cualquiera. Uno que:

• Dejara pasar el aire como si fueran las manos de un ángel, para que su hijo respirara incluso boca abajo.

• Transpirara como la piel de una madre, expulsando el calor y el CO2 que ahogan en silencio.

• Moldeara sin deformar, protegiendo esa cabecita tan frágil, aunque el bebé no se moviera en horas.

• Defendiera como un escudo: contra ácaros, bacterias, alergias… y hasta se auto-limpiara con la luz del sol.

• Hablara sin palabras, cambiando de color si la fiebre subía, para que ningún padre viviera su terror.

Y lo logró.

Ese amor lo llevó a liderar el mayor proyecto europeo de investigación sobre muerte súbita (Baby Care Sleep) y a crear el colchón de cuna más seguro jamás fabricado.

Hoy, 11 años después, ese niño —Vicente— está sano y feliz. Y Juega muy bien a baloncesto.

Y su padre, Vicente Barberá (que soy yo), sigue trabajando cada noche para que ningún bebé corra peligro… y ningún padre tenga que contener la respiración al mirar a su hijo dormir.

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